V. Rojo
«El enemigo se tomó muy poco descanso»
En realidad la maniobra nacional no llega a detenerse. Sólo en el Cuerpo de Ejército de Navarra hay una pausa.
El avance del día 27 no es importante pero se mantiene la presión sin dar tregua al adversario.
- El Cuerpo de Urgel ocupa Navés;
- el de Aragón, Suria;
Enlaza las cabezas de puente que había formado en el Llobregat y gana Artés
- Se apodera de Sabadell, Polinya y Mollet.
- Por la costa una columna motorizada alcanza Mataró.
El Cuerpo de Urgel entra en Orgaña,. Por el Este avanza por terreno montañoso muy complicado y penetra en profundidad al NE de Solsona.
- El de Aragón, ocupa y rebasa Serrateix, llega a Castelladral y a mitad de camino entre Suria y Balsareny;
- el del Maestrazgo se apodera de Avinyó, Santa María de Oló, Calders, Talamanca y Rocafort.
Ocupa Caldas de Mombuy, Granollers y Argentona. Barcelona queda ya muy lejos del frente.
- El Cuerpo de Urgel, por terreno cada vez más dificil, llega con dificultad a un kilómetro al sur de Capolat y dos al oeste de Casa de la Serra.
- El de Aragón ocupa Montclar, Viver y Balsareny.
- El CE del Maestrazgo entra en Moyá, Monistrol de Calders y San Lorenzo Savall.
- El C. T. V. en Llinás de Vallés.
El 30ENE
- Urgel ocupa Capolat y Espunyola;
- Aragón corta la carretera Espunyola-Caserras.
El 31ENE.
- El Cuerpo de Urgel, en medio de un temporal de nieve, corta la carretera de San Lorenzo a Berga;
- el de Aragón ocupa Caserras, Puigreig y Gayá.
El 30ENE.
- Maestrazgo se aproxima a Estany.
- Por el Sur la Caballería afecta gana Castelltersol y San Quirico de Safaja.
31ENE.
- Maestrazgo se apodera de San Felíu de Saserra, Santa Eulalia de Riuprimer, Montanyola y Colsuspina.
- La Caballería llega a San Felíu de Codinas.
El 30ENE.
- Entra, entre otras, en Santa María de Palautordera y Villalba Saserra.
- Por la costa lo hace en Canet de Mar y Arenys de Mar.
El 31ENE el C. T. V. alcanza la línea Gualba-Malgrat.
V. ROJO
“Al atardecer de cierto día (aún no había caído Gerona) se presentó en el cuartel general un ayudante del presidente. Venía a decirme que S. E. había llamado al jefe del Gobierno para que le informase, y que deseaba, si no tenía inconveniente por razón del trabajo, que asistiese también yo a la reunión. Le dije que iría con la autorización del jefe del Gobierno y que, por mi parte, no sólo no tenía inconveniente, sino que estimaba, en la situación que atravesábamos, muy oportuna la reunión y el informe, y que, además de parecerme oportuna, la consideraba urgente por lo que, si era posible, debía procurarse que se celebrase aquella misma tarde.
Previas las consultas de rigor así se hizo. Marché a recoger al jefe del Gobierno y juntos nos desplazamos a Perelada donde ya nos esperaba el Jefe del Estado.
En presencia de éste y por indicación del primero, hice un informe improvisado de la situación, pero claro y concreto; expuse aquélla de una manera descarnada, como yo la veía y con toda la gravedad que le atribuía, pero sin derrotismos, analizando las posibilidades de sostener la lucha en la zona catalana y en la Central. Señalé mi impresión de que en Cataluña el Estado se hallaba hundido verticalmente y que en el terreno militar estábamos deshechos y, ni la calidad de los hombres que venían a filas, ni la cantidad de medios de que disponíamos permitían confiar en que el esfuerzo sobrehumano que había de pedirse al ejército para asegurar la detención de la maniobra enemiga, se produjese. Íbamos a estar en pocos días sin industria, sin aviación, sin red hospitalaria, sin zona de maniobras posible, con todo lo que quedaba en Cataluña del Estado diariamente sometido a la tiranía de la aviación adversaria y a la, aún más dolorosa, del pánico. Aquello podría durar cuatro, ocho, veinte, cincuenta días más, extremando la resistencia; pero tendría, tarde o pronto, el mismo fin si las circunstancias exteriores no variaban: o se arrostraba un sacrificio colectivo absoluto o se resolvía pronto lo conveniente para evitarlo si es que se consideraba aquél inútil. Nos quedaba solamente la posibilidad de resistencia en las líneas de detención previstas en la región de Figueras; señalé las condiciones de todo orden en que habría de hacerse; las medidas que se habían adoptado para rehacer las unidades y conservar las tropas en el cumplimiento de su deber y las posibilidades con que contábamos en todos los aspectos.
Amplió mi informe el jefe del Gobierno señalando puntos de vista que a mí no me incumbía analizar e indicó las gestiones que se hacían internacionalmente y las posibilidades que estimaba debían aún agotarse. Discutieron brevemente los dos presidentes y, por fin, el del Estado pidió al del Gobierno que plantease la situación ante el Consejo de Ministros y le propusiera con urgencia una resolución del Gobierno. Se resolvió que éste se reuniría con tal objeto al día siguiente, que yo informaría y que seguidamente se le comunicaría el resultado de los acuerdos.
A nuestro regreso, el jefe del Gobierno se limitó a expresar su conformidad plena con la exposición que yo había hecho ante el jefe del Estado; pero me añadió que para evitar que, en el seno del Gobierno, al hacer yo la misma exposición, pudiesen los ministros obtener de ella una impresión deprimente, evitase comentarios radicales, pues sólo al Gobierno correspondía pesar la gravedad de la situación política y resolver respecto a la liquidación del conflicto. Así le prometí hacerlo y lo hice.
Terminado mi informe ante el Gobierno, al día siguiente, continuó aquél deliberando. Por mi parte ignoro las resoluciones que pudieron adoptarse.
Azaña
«La conclusión de Rojo era: no hay nada que hacer.»
Planteamiento claro de la opinión de Rojo a Negrín. Posición de Negrín
ROJO:
“Cierto día, en una de mis entrevistas con el presidente le hablé de la posible terminación de la guerra con toda claridad. Convencido yo de que el problema de Cataluña estaba perdido y que por las circunstancias que en la situación concurrían no había fuerza humana capaz de torcer el rumbo de la solución, me preocupaba que siguieran gastándose estérilmente las vidas de los combatientes, únicos, con el Gobierno, que, por aquellos días, se mantenían en el cumplimiento de su deber, tan ineficaz como cruento. Le manifesté claramente que cuando las guerras se pierden, se busca la paz por el camino más digno; que ni los mandos militares, ni el ejército, en general, eran responsables de la situación de extrema debilidad que padecíamos, pues el sacrificio de casi todas las grandes unidades, que venían combatiendo durante 45 días y seguían en sus puestos, después de haber perdido todas el 50 por ciento de sus efectivos, y algunas varias veces, era notorio, no obstante, haber padecido crisis de moral de las que se habían rehecho; tampoco lo eran de que el armamento y los medios que se esperaban desde hacía más de dos meses hubiesen llegado demasiado tarde y en defectuosas condiciones, y aún menos de que careciésemos de reservas humanas; en una palabra, de los motivos que determinaban su impotencia para resolver aquella situación angustiosa. Le manifesté con toda claridad que nuestro ejército, si la frontera no se abría —y aquellos días estaba cerrada a piedra y lodo — se vería aconchado en un plazo corto contra ella, ocupada ya por fuerzas senegalesas; añádase que en tales momentos estaba también sin resolver el problema de la entrada en Francia del personal civil, del que sólo pasaban algunos días cierto número de mujeres y niños. La gravedad de la situación obligaba a temer una catástrofe histórica, porque iba a presenciarse la destrucción total de un pueblo como en los tiempos bíblicos.
Como siempre que le planteaba algún problema, le expuse, entonces, la solución; la mía, la única que yo veía; la que, en medio de nuestra calamitosa situación, estimaba que aún podía aplicarse dignamente, e inspirada en un criterio en el que no pesaban ninguna suerte de intereses políticos: la renuncia a seguir la lucha armada, sin previo parlamento, sin pacto; una renuncia a la lucha por impotencia; por abandono de quienes debían ayudarnos, porque ésta era la verdad; pero una renuncia terminante. Le expuse también la manera como se debía proceder.
El ideario de libertad y de independencia de nuestro pueblo, la bandera de nuestros derechos, quedaría en pie, sin arriarse, porque no la rendíamos, y aunque solos, por otros derroteros, podríamos dar a nuestra patria la libertad que tan cruentamente se le arrebataba.
El enemigo había anunciado que no habría represalias; si las aplicaba, las víctimas serían siempre menos que las de un desastre total y, por otra parte, las posibilidades políticas y la continuidad de la acción serían mayores. El luchador que es brutal y enormemente dominado por su adversario y que a pesar de esto le hace frente durante muchos asaltos (que en nosotros eran dos años y medio de lucha) y, al fin, aplastado por la superioridad, se desploma en el «ring», agotado, deshecho, sin energías físicas para poder
intentar un nuevo asalto, pierde la lucha, pero no cae indignamente como hombre ni como luchador. Intentar seguir la pelea cuando no hay procedimientos técnicos ni humanos, internos ni externos, para hacer reaccionar el vigor físico muerto y el vigor moral caído, es suicidarse sin gloria, dando, además, al adversario un triunfo que no ha ganado en buena lid.Tal era la realidad de aquellos momentos aunque haya quienes, sin conocerlos, se obstinen en lo contrario.
Yo había estudiado el problema detenidamente, con todo el detenimiento que consentía la situación, pero analizando cuantos factores en él entraban; tenía para ello elementos de juicio técnicos y conocimiento profundo de la situación de nuestros combatientes y de la retaguardia y una visión que yo creía clara del estado en que se hallaba nuestro problema en el exterior. Elementos que no podían tener quienes no se hallaban preparados técnicamente, ni sostenían contacto con la retaguardia ni con la vanguardia, o se hallaban insensible o sensiblemente influenciados por intereses políticos.
No traté de convencer al presidente; seguro estaba de que veía la situación con la misma diafanidad que yo; pero él tenía la responsabilidad de la dirección y en su poder quizás otros elementos de juicio de que yo carecía, los cuales, o más bien, la ponderación de todos, podían inclinarle a tomar otro rumbo.
De las observaciones que me hizo influyeron poderosamente en mi ánimo:
- la posibilidad de que sobreviniese una lucha intestina entre los hombres y unidades dispuestas a seguir combatiendo, y quienes se hallaban inclinados a terminar el conflicto;
- la de que el enemigo se ensañase con la masa de combatientes, que teníamos el deber de salvar, no dejándolos en poder del enemigo, y velar económicamente por ellos.
Había más: una circunstancia muy interesante que me señaló el presidente y que estimé justa. Se estaban haciendo negociaciones para salvar el tesoro artístico situado en La Vajol y Perelada, depositándolo como patrimonio nacional en la Sociedad de Naciones a disposición del Gobierno legítimo para cuando terminase la guerra, solución que me pareció correcta. Era para ello preciso un tiempo determinado para ultimar la gestión y desplazar el tesoro a fin de evitar que pudiera ser destruido en la retirada, para que no quedase en poder de Franco, si llegaba a conocerse la situación de aquél.
Influyeron en mi ánimo tales observaciones del presidente de tal modo que renuncié a insistir en mis puntos de vista, ante la imposibilidad de su realización en el tiempo y por los trámites diversos que habían de seguirse.
He ahí por qué continuó militarmente el éxodo del ejército a Francia.
03FEB39. Estado de fuerzas del Ejército del Ebro, de 3 de febrero
XII Cuerpo:
- en línea, la Agrupación Bosch, con las Brigadas III, XXIV y CXLIX;
- en reserva la XXIII Brigada,
- en fase de recuperación, y dos batallones de Ametralladoras.
V Cuerpo:
- en línea, las Divisiones 11 y 46, completas en teoría, pero muy desgastadas en la realidad,(Brigadas I, IX y C, y Brigadas X, XXXVII y CI),
- en reserva la CXXXIX Brigada y dos batallones de la 44 División, diezmados, y las Brigadas XII y XIV de la 45.
XV Cuerpo:
- en línea la 3ª División, única Unidad que mantiene una cierta cohesión. Se ha hecho cargo de las Brigadas XIX, XXXI, XXXIII, LX, LXXII, CII, CXXX y CCXLII.
- En reserva, la 42 División (Brigadas LIX, CCXXVI y CCXXVII).
Reservas generales: la 35 División, con las Brigadas XI, XIII y XV, y las fuerzas internacionales.
La situación del Ejército del Este es algo mejor.
De 03FEB. Orden del jefe del Ejército del Ebro, se pretende la reconstruir el Ejército en base a:
- V Cuerpo (Divisiones 11, 45 y 46, bajo los mandos de los tenientes coroneles Rodríguez, Marín y Bosch)
- XV (Divisiones 35, 42 y 43, con los tenientes coroneles Merino, Ortiz y Beltrán como jefes).
La 44 División se refundía en la 45; la 16, en la 46; y los efectivos de la 3ª, aparte de otras unidades muy diversas, se emplearían en nutrir las Divisiones 42 y 43.
El XII Cuerpo queda disuelto
Para la retirada del GERO se cuenta con la línea defensiva del río Tordera-la fuerte sierra de Montseny-las alturas que por el Este y Oeste guardan Vich-la serie continuada de las casi inaccesibles sierras de Querol, Odén y Prada, que defienden Berga y Seo de Urgel. Pero en rigor y fuera de las defensas de Seo de Urgel, las fortificaciones finalizadas son prácticamente inexistentes.
31ENE. Orden de retirada del Ejército del Ebro.
«El Mando Superior ha dispuesto una rectificación en retaguardia, a fin de mejorar las condiciones defensivas del frente».
- El XV Cuerpo defenderá la línea del Tordera hasta Fogás de Tordera,
- el V desde Fogás a Arbucias
- y el XII, la carretera que discurre al Sureste de la Sierra de Montseny hasta el pueblo de Seva, incluido, más las serranías a vanguardia.
El plan de retirada sólo trata ya de salvar lo que se pueda y retardar el avance enemigo en lo posible.
Se mantiene cierta cohesión dentro de las fuerzas a pesar de la difícil situación, sin poder evitarse episodios de pánico.
V. Rojo
«El 31 se dicta una orden severísima para la contención de los pánicos y el restablecimiento de la disciplina y del orden en la población civil»
«No todas las medidas militares pudieron hacerse eficaces, ni fueron cumplimentadas»